En la vasta obra poética de Francisco de Quevedo y Villegas, se encuentra un poema que ha dejado una marca indeleble en la historia de la literatura española: «A una nariz». En este poema, Quevedo despliega su genio satírico y su maestría en el uso de la metáfora para describir una nariz de proporciones épicas.
El Retrato Poético de una Nariz
Quevedo comienza su poema describiendo la nariz como un elemento prominente y distintivo, utilizando una serie de comparaciones ingeniosas y sorprendentes. Desde «un hombre a una nariz pegado» hasta «un elefante boca arriba», cada verso es una nueva revelación de la extraordinaria magnitud de este atributo facial.
El Vínculo entre la Nariz y el Vino
¿Qué tiene que ver la nariz de Quevedo con el mundo del vino? En realidad, mucho más de lo que podríamos imaginar a primera vista. Así como Quevedo utiliza la nariz como símbolo de exageración y excentricidad en su poesía, el mundo del vino a menudo se describe en términos poéticos y metafóricos.
La Nariz en la Cata de Vinos
En el universo de la cata de vinos, la nariz juega un papel fundamental. Es a través de la nariz que percibimos los aromas y fragancias del vino, desentrañando sus matices y complejidades. En lugar de ser un simple órgano sensorial, la nariz se convierte en una herramienta poderosa para explorar la riqueza sensorial de esta bebida milenaria.
La Poesía como Metáfora del Vino
Al igual que Quevedo utiliza la nariz como metáfora para explorar temas más profundos en su poesía, el mundo del vino está lleno de metáforas y simbolismos. Desde la «nariz» de un vino, que revela su carácter y personalidad, hasta las «lágrimas» que recorren la copa, cada detalle evoca una experiencia sensorial única y enriquecedora.
Conclusión: La Belleza de la Metáfora en el Vino y la Poesía
En última instancia, tanto la poesía de Quevedo como el mundo del vino nos invitan a explorar la belleza de la metáfora y la riqueza de la experiencia sensorial. Ya sea a través de las palabras ingeniosas de un poema o del bouquet seductor de un buen vino, ambos nos transportan a un reino de imaginación y placer, donde la nariz se convierte en el puente entre el arte y la realidad.
A una nariz
Érase un hombre a una nariz pegado,
érase una nariz superlativa,
érase una nariz sayón y escriba,
érase un peje espada muy barbado;
Era un reloj de sol mal encarado,
érase una alquitara pensativa,
érase un elefante boca arriba,
era Ovidio Nasón más narizado.
Érase un espolón de una galera,
érase una pirámide de Egipto,
las doce tribus de narices era;
Érase un naricísimo infinito,
muchísimo nariz, nariz tan fiera
que en la cara de Anás fuera delito.
Francisco de Quevedo y Villegas, 1580 – 1645